



Género Noble
Soledad Capurro De mirada profunda y palabra precisa. Sin alarde ni protocolo, Soledad Capurro cuenta detalles de su vida como empresaria, diseñadora de moda y vestuarista, un conjunto de senderos que no se bifurcan, sino que se juntan en su pasión por lo que hace. Con seis premios Florencio en su haber, el último cosechado hace pocas semanas, seguramente sabe de lo que habla, y mucho.
¿Qué vino primero, el teatro o la moda?
Debo confesar que primero vino la moda, porque vino de la mano de mi madre, una señora alemana que tuvo durante muchos años una tienda muy conocida en la galería Caubarrere y tenía un estilo muy particular, era muy exitosa en lo que hacía. Mi madre era una mujer encantadora. Yo la acompañaba desde que era una niña y así fui aprendiendo a trabajar, a tomar decisiones, a hacer elecciones.
¿Siempre ropa de mujer?
Sí, siempre de mujer y en la galería Caubarrere que en esa época era lo más chic.
¿Ella diseñaba lo que vendía?
Sí, diseñaba. A veces parece que el diseño fuera algo nuevo. Ya en esa época había una cantidad de casas que eran de diseñadores. Quizás no tenían la formación o el rigor que tienen ahora, pero tenían la capacidad de emprendimiento y un cierto conocimiento de empresa. Creo incluso que un conocimiento más fuerte de empresa del que tienen ahora. Ahora está más volcado hacia lo académico de lo que era en otro momento. Yo fui profesora de la ORT de diseño de moda y veía cómo se encaraban las colecciones y demás. Y era siempre muy riguroso, muy perfecto pero la entrada al mercado es una traba dificilísima. En cambio estas otras diseñadoras entraban ya como palpando el mercado y a partir de eso salían a hacer el diseño.
¿Era una realidad diferente. Lo que había era poco?
Yo creo que en este país, una de las cosas que pasa es que hoy no existe la industria textil. En aquel momento existía. hay una trasmisión de la artesanía ni de la confección. En la producción, los materiales y las telas, las posibilidades son súper limitadas. En general son telas que no tienen nobleza para los cortes o las caídas. En ese sentido, antes era más fácil porque había más variedad.
¿Además de aprender sobre empresa,
qué más pudo aprender con su madre?
Aprendí sobre buen gusto, sobre el sentido de las telas, el movimiento propio que tiene cada una. Eso es muy importante. Saber para qué sirve. También aprendí sobre el sentido del cuerpo, su movimiento, y en esos aspectos me fui acercando al teatro. Por supuesto que también por mi personalidad y por mi curiosidad, por supuesto. Querer saber hasta dónde puede llegar algo, cómo hacer cosas a otra dimensión. El teatro lo que tiene es eso, te plantea otra dimensión, te hace trabajar con volúmenes y con texturas y con la luz.
¿Cómo vino el teatro?
Después de trabajar con mi madre, de trabajar sola, de volver a trabajar con ella, de complementarnos, me fui a España durante una época difícil acá. Estaba estudiando sociología en aquel momento y la facultad cerró. Me fui y trabajé con una amiga argentina diseñando ropa. Cuando volví, antes que terminara la dictadura, me acerqué al teatro Circular y fue rapidisíma mi llegada a las tablas. Una época de renacer de muchas cosas… Claro. Empecé con una obra para niños y enseguida me llamó a divina de Nelly Goitinho, mi gran amiga, y me dijo tomá.


Fotos: Gabriel Sanchez
¿Qué tuvo que hacer?
Todo el vestuario. Yo no había hecho escuela de teatro y me acuerdo que decía por qué tengo que decidir los zapatos. Siempre fue un trauma para mí el tema de los zapatos. Digamos que todo el vestuario, incluidos los zapatos, llevan una investigación profunda. Total. En realidad es necesario meterse en la historia. Y si no sabés historia de la moda no podés diseñar teatro, pero tampoco moda. Por ejemplo, Alexander McQueen que es un genio, un re genio y fue mi inspiración en Las Maravillosas de Antonio Larreta, te habla con la ropa. El que sabe historia de la moda ve la ironía de Alexander McQueen. Como él habla y dice cosas, las mezclas de época que hace en el diseño de moda. Yo creo que deberían apasionarse por la historia de la moda porque es un lenguaje.
¿La estudió particularmente?
Con rigurosidad extrema, los colores, los textiles. Me resulta apasionante. Hasta los cambios en la diplomacia a partir de la moda.
¿Y la sociología le aportó al diseño?
Me aportó, si. Yo no terminé la carrera pero me aportó una visión que siempre mantuve. Una visión histórica, una visión sociológica, un estudio de la sociedad, de por qué la contemporaneidad es tal cual. Por ejemplo por qué, y vuelvo a Mc Queen, es un símbolo de la época. No solamente por los 70 y las plataformas, sino porque fue el primero en hacer las mujeres fauno, que eran unas patas de cabra impresionantes.
¿Es por eso que diseñadores como McQueen son quienes marcan tendencia?
Sí, absolutamente. Después de años.
Y la moda de hombre, ¿acompaña las tendencias?
Sí, sí, cada vez más. Lo que pasa es que la moda de hombre fue muy formal hasta los 70 que fue la primera gran ruptura y a partir de entonces ha cambiado muy rápidamente. Y está toda la movida hipster, que parece que es de ahora y es de los años 30 y eso empezó a generar tendencia de la barba, los pelos. Es más, cuando el hombre llega al traje en el siglo XX, antes el engalanado era el hombre, el que de alguna manera mostraba el juego de prestigio social era el hombre, no tanto la mujer, que cobra protagonismo con la aparición del burgués y comienza a ser la que adorna al hombre.
¿Y ahora?
La verdad que ahora no lo tengo muy claro. No me animaría. Pero se puede ver qué pasa a partir de los avisos de publicidad de moda, que te dicen claramente hacia dónde va la tendencia. Y últimamente no lo tengo tan claro. Cuesta entender lo que es la tendencia y de dónde surge, quién la marca, dónde está el origen, quién manda. Es que en general hay muchas tendencias. Se toma una pero son muchas.
¿Lo que vende en Frau son diseños suyos?
No. Durante mucho tiempo hicimos mucha cosa, después empezamos a importar, volvimos a diseñar y volvimos a importar. El mercado te va llevando de una punta a la otra. Importar no es fácil, yo me visito a todos los chinos, detalle por detalle buscando lo diferente, y me cuesta.
¿Y cómo convive esa diseñadora que piensa en el mercado
y recorre almacenes chinos con la vestuarista que busca otro lenguaje?
En armonía porque las dos tienen sus niveles de adrenalina y para mí es muy importante el teatro en esta doble vida, me permite desarrollarme, puedo experimentar. Y cuando agarrás una obra tenés que tener la sutileza tan grande como para encontrar el centro de la obra y eso es exquisito
¿Cómo llega a eso, cuál es el proceso?
En general tengo bibliotecas de imágenes y voy encontrando el alma de la obra, en función de la época que ocurrió y en qué línea piensa el director. Se intercambia mucho con él. Igual siempre hay un toque personal. Después se presentan desafíos de todo tipo como un director que quería que las personas estuvieran levitando. Pasa eso. Y en algún momento se llega. Nunca sabés por qué pero tenés que estar alerta porque en esos momentos te entra la información justa.
¿Se nutre un disciplina de la otra?
Sí, totalmente. Por el hecho de ser contemporáneo, tanto el diseñador de moda como el de teatro están interpretando una realidad. Ahí de alguna manera estás siempre jugando con tu contemporaneidad, con tu bagaje pasado y tu interpretación de ese pasado.
¿Qué desafío representó Locura de Verano de Chejov, por el que ganó el Florencio a mejor vestuario?
El desafío fue volver a trabajar con el maestro (Jorge) Curi que es una exquisitez, un hombre de una delicadeza exquisita, de una profundidad, de una sutileza… Tira flechas profundas sobre cada uno de los temas. Y eso impacta en forma positiva porque la investigación sobre un personaje tiene que ser como sentarse en una mesa de café a conversar con él, tenés que llegar hasta el final de sus pensamientos, de sus reacciones. Eso a mí me gusta mucho. Era una versión clásica, no tan clásica, pero de época y rusa. Y el otro desafío, que Curi es un maestro en eso, fue el trabajo sobre el grotesco. Es realmente grotesca la obra pero no es guaranga, no es una parodia. Es una delgada línea exquisita. Uruguay tiene una tradición importante en teatro. ¿El vestuario acompaña este desarrollo? Sí, seguro. Estamos en un muy buen nivel, tenemos muy buenos realizadores. ¿Pero la tendencia no es la que permea, la que queda entre muchas ideas? Sí. Pero son cinco tendencias posibles. Hay una que es la que llega. Depende mucho del mercado, porque en este mercado llega una que es la que largan las grandes casas.
¿Y el grupo de gente que toma esto es la interesante?
Sí, es así. No se reconoce mucho pero es así. Y acá es tremendo porque parece que hubiera solo una tendencia. Pasa menos en Argentina y en Brasil sí que hay varias tendencias, me encanta Brasil, me encanta la moda de Río. ¿Y usted trata de desprenderse de esto que hacen las grandes tiendas? Trato, pero me pasa lo que le pasa a muchas diseñadoras y es que cuando te desprendés mucho de eso, no te resulta rentable. Y eso que yo he logrado un mercado de la diferencia, una clientela que busca la diferencia. Pero no me puedo alejar demasiado. Hay cosas que a mí me encantan y tengo que esperar que pasen dos años
¿Lo que vende en Frau son diseños suyos?
No. Durante mucho tiempo hicimos mucha cosa, después empezamos a importar, volvimos a diseñar y volvimos a importar. El mercado te va llevando de una punta a la otra. Importar no es fácil, yo me visito a todos los chinos, detalle por detalle buscando lo diferente, y me cuesta.
¿Y cómo convive esa diseñadora que piensa en el mercado y recorre almacenes chinos con la vestuarista que busca otro lenguaje?
En armonía porque las dos tienen sus niveles de adrenalina y para mí es muy importante el teatro en esta doble vida, me permite desarrollarme, puedo experimentar. Y cuando agarrás una obra tenés que tener la sutileza tan grande como para encontrar el centro de la obra y eso es exquisito.
¿Cómo llega a eso, cuál es el proceso?
En general tengo bibliotecas de imágenes y voy encontrando el alma de la obra, en función de la época que ocurrió y en qué línea piensa el director. Se intercambia mucho con él. Igual siempre hay un toque personal. Después se presentan desafíos de todo tipo como un director que quería que las personas estuvieran levitando. Pasa eso. Y en algún momento se llega. Nunca sabés por qué pero tenés que estar alerta porque en esos momentos te entra la información justa.
¿Se nutre un disciplina de la otra?
Sí, totalmente. Por el hecho de ser contemporáneo, tanto el diseñador de moda como el de teatro están interpretando una realidad. Ahí de alguna manera estás siempre jugando con tu contemporaneidad, con tu bagaje pasado y tu interpretación de ese pasado.
¿Qué desafío representó Locura de Verano de Chejov, por el que ganó el Florencio a mejor vestuario?
El desafío fue volver a trabajar con el maestro (Jorge) Curi que es una exquisitez, un hombre de una delicadeza exquisita, de una profundidad, de una sutileza… Tira flechas profundas sobre cada uno de los temas. Y eso impacta en forma positiva porque la investigación sobre un personaje tiene que ser como sentarse en una mesa de café a conversar con él, tenés que llegar hasta el final de sus pensamientos, de sus reacciones. Eso a mí me gusta mucho. Era una versión clásica, no tan clásica, pero de época y rusa. Y el otro desafío, que Curi es un maestro en eso, fue el trabajo sobre el grotesco. Es realmente grotesca la obra pero no es guaranga, no es una parodia. Es una delgada línea exquisita.
Uruguay tiene una tradición importante en teatro. ¿El vestuario acompaña este desarrollo?
Sí, seguro. Estamos en un muy buen nivel, tenemos muy buenos realizadores.